Han terminado los Oscar 2009. Y, con ellos, un ejemplo difícilmente igualable de estulticia y desprecio a la cinefilia.
La nadería representada por "Slumdog Millonaire" se alza como gran campeona en esta celebración de la necedad, impulsada por el deseo de Hollywood de abrirse camino en el mercado hindú, donde 1.000 millones de descerebrados consumidores auguran irresistibles royalties. Cabe dudar, no obstante, si alguno de los premios otorgados no representan un guiño que denota que la coronación del film obedece a "necesidades del guión". Que el galardón al mejor guión adaptado (¡) recaiga en una historia con más agujeros que un queso gruyere o que su banda sonora y canción original (que nadie recuerda transcurridos cinco minutos tras la proyección) hayan sido premiadas como las mejores tiene ribetes cómicos que hacen vacilar sobre las reales intenciones de la Academia.
Claro que el descenso a los infiernos no termina con "Slumdog". El Oscar a Penélope Cruz por su papel en el bodrio "Vicky, Cristina, Barcelona", desplazando a la magnífica Marissa Tomei de "The Wrestler", entra de lleno en la historia de la infamia cinematográfica. Aunque, desde luego, el desmán se queda corto ante la visión del insufrible Sean Penn recogiendo el galardón que nadie en sus cabales dejaría de otorgar a Mickey Rourke. La satisfacción al público hispano y homosexual han podido sobre el homenaje al cine. Y, como colofón, la magnífica "Revolutionary road" se queda sin nada.
La clave de todo lo sucedido se halla en la galopante recesión, que ha empujado a la Academia a la desesperada búsqueda de salvavidas frente al naufragio y, de paso, a invitar al respetable a relajarse, dejar el cerebro en la nevera y unirse a alguno de los lerdos e indigestos coros que adornan "Slumdog". El gran perdedor ha sido, por supuesto, el Cine con mayúsculas. Pero las paladas de tierra que la Academia ha arrojado sobre sí misma este año le habrán de pasar, a no dudarlo, una justa factura antes o después. Así que olvidemos lo sucedido y recemos porque Danny Boyle no tenga en mente una biografía de Georgie Dam con la que seguir engordando la saga del "Millonaire".