Quien tenga problemas para conciliar el sueño cuenta con una nueva terapia que promete singular eficacia: una sesión nocturna que proyecte la última cinta de Steven Soderbergh, "El soplón".
Esta historia de un mentiroso compulsivo cuyas manipulaciones causan un embrollo de dimensiones progresivamente mayores adolece de un pequeño vicio de origen: nada de lo que la cinta cuenta tiene, en realidad, el más mínimo interés. Y si a este hecho se une que seguir el hilo del revoltijo urdido por el embustero es a cada paso más difícil, el resultado es el previsible: una rápida desconexión de todo cuanto sucede en pantalla seguida de un fulminante sopor que hace al sufrido espectador pedir de inmediato la hora. Ahora bien, todo sea dicho, los 6 euros tirados en semejante pestiño podrían haber sido salvados sólo con reparar en las loas recibidas en festivales como el de Venecia y similares. Pues ante la certeza metafísica de que los patanes que integran los jurados se ocupan en encumbrar productos infumables con el exclusivo propósito de marcar distancias con los gustos de un tipo normal, la respuesta hubiera debido ser la huida inmediata.
Así que ya saben, amigos, salvo que el insomnio les azote sin piedad, manténgase alejados de este soplón y no duden, además, en dar el chivatazo.