Quien hace unos meses hubiera oído que Guy Ritchie terminaba su último film podría haber pensado, alborozado, que la segunda parte de la divertidísima "Rocknrolla" estaba lista para servir. Pero resulta que no. Lo que Ritchie estaba pariendo era una "versión" (por usar algún epíteto benévolo) del Sherlock Holmes de Conan Doyle en la que Holmes y Watson son dos acróbatas karatekas ocupados en liarse a mamporros con unos adoradores de Sarán. Un argumento, pues, producto de una sobredosis de Cannabis y hecho a la medida de un producto de serie Z made in Taiwan, condición que el film elude exclusivamente a base de presupuesto.
"Sherlock Holmes" es una insufrible payasada de encefalograma plano alimentada por un guión cuya insensatez y estulticia llega al extremo de obligar a invertir la mitad del metraje en explicar los desafueros argumentales narrados durante la otra mitad. Si asiste usted en sesión nocturna, prepárase,pues, a una dura batalla con el bostezo, a iniciar ya tras la primera media hora de proyección.
Patético, ridículo, soporífero e insufrible engendro de Ritchie que parece dispuesto a recaer en la profunda sima de la que había aparentado salir con "Rocnrolla". Así que es razonable suponer que este pobre desdichado ha vuelto a las andadas con Madonna y, claro, con semejante petarda al lado volcarse en la ingesta de "petas" resulta hasta disculpable como vía de escape de un infierno así.