sábado, 4 de enero de 2014

EL HOBBIT, LA DESOLACIÓN DE SMAUG: ESTIRANDO LA SAGA



















NUEVO ESTIRÓN DEL CHICLE A CARGO DE PETER JACKSON

Tras la insufrible y soporífera primera parte de la anunciada trilogía, el estado de prealaerta es inevitable ante el trance de visionar la segunda entrega de "El hobbit". Quizás por ello se recibe con considerable alivio la comprobación de que, al menos, al espectador no le entran ganas de echarse la siesta al cabo de media hora y de abandonar la sala un rato después. La nueva cinta puede verse con cierto agrado como un espectáculo de acción y efectos especiales que permite pasar por alto la ramplonería de su guión y la trivialidad general del invento, pese a sus graves intenciones.

Con todo, no es éste, naturalmente, más que un nuevo estirón a cargo de Peter Jackson del chicle que ahora tiene entre manos y que, por obra y gracia de la ilimitada devoción de los fans de Tolkien, le está rindiendo unos pingües beneficios que no está por la labor de desdeñar. Mientras haya clientela (y la hay, en muy generoso número), Jackson seguirá ordeñando a la vaca, extasiando a los fieles de la liturgia tolkieniana y aletargando fríamente, en mayor o menor medida, al resto de la parroquia. La desolación de Smaug no es también la del espectador no devoto, pero poco rastro hay de la emoción que un producto de 200 millones de euros está obligado a deparar. Ahora, a aguardar a la tercera parte, cuyo desenlace, en realidad, nos importa un bledo a todos los no alineados en la religión de la Tierra Media.              

LA VIDA SECRETA DE WALTER MITTY: CUENTO DE NAVIDAD


















CUENTO NAVIDEÑO PARA TODOS LOS PÚBLICOS QUE SE DISFRUTA CON AGRADO

"La vida secreta de Walter Mitty" tiene el gran acierto de llegar a casa, como "El Almendro", por Navidad. Y es que fuera de tal contexto habría de ser forzosamente más severo el juicio de esta cinta edulcorada que no es, en realidad, más que un cuento navideño contemporáneo ataviado de videoclip. Pero su cándida ingenuidad y sus obvias y ramplonas moralejas, que serían onerosas partidas del "debe" en condiciones normales, devienen activos en la pastelera atmósfera navideña, que transforma el film en elemento reivindicable y legitima sus incontables licencias argumentales. Una vez al año no hace daño y si Walter Mitty irrumpe en sus últimos estertores para decirnos que todo es posible en Navidad, bienvenido sea, que tiempo sobrado habrá para dramas existenciales, sesudas reflexiones vitales y graves lecciones filosóficas.        

12 AÑOS DE ESCLAVITUD: LARGA ESCLAVITUD, LARGA PELÍCULA




















12 AÑOS QUE PEDÍAN UN RESUMEN MÁS ESCUETO Y VERAZ  


Como tantas otras veces, el mayor hándicap de "12 años de esclavitud" es sus expectativas. Una vez encumbrado a los altares de la excelencia cinematográfica, la cinta ha de pasar la prueba de un visionado mediatizado por la promesa de tocar el cielo. Y no es el caso. Sin abandonar la categoría de lo notable, el film no brilla como cabría esperar a la vista de su coro de aduladores. Por excesivamente largo y tedioso por momentos y por jugar con demasiada frecuencia con cartas marcadas por la inevitable emotividad de su argumento, la cinta queda fuera del grupo de las elegidas para la gloria, aunque nadie se vaya, ni mucho menos, a tirar de los pelos por pagar 7 euros en taquilla. 12 años de esclavitud pedían un resumen más escueto y más veraz que hubiera dejado mejor sabor de boca       

GRAVITY: BALLET ESPACIAL Y POCO MÁS





















PRODIGIOSO ESPECTÁCULO VISUAL AL SERVICIO DE UNA HISTORIA TRILLADA Y ÑOÑA

Entre los mantras más socorridos (y secundables) de la crítica de guardia se halla el desprecio a los espectáculos pirotécnicos urdidos para encubrir la indigencia argumental. Por eso resulta harto sorprendente su rendición sin condiciones a "Gravity", que, en realidad, es exactamente eso: un prodigioso espectáculo visual al servicio de una historia trillada y ñoña. Un 10 en efectos especiales y un 2 en el guión promedian un 6, nota bastante para pasarse por taquilla, pero, ni de lejos, para encumbrar este ballet más allá de la categoría de film de pasar el rato, aunque con el  matiz de lo meritorio de su escenario y de sus virguerías visuales