Difícilmente quien pague seis euros por ver "Angeles y demonios" saldrá defraudado de la sala de proyección. Lo que el último film de Ron Howard ofrece es justamente lo que cabe exigirle: un rato (que se extiende por más de dos horas) de sana y eficaz diversión a cargo de una cinta de ritmo trepidante y dirigida con oficio. De paso, quienes hayan paseado por Roma podrán recrear su estancia en la ciudad eterna a través de la ruta turística que el Dr. Langdon se marca en pos de dar caza a los malvados Illuminatti.
Suele olvidarse a menudo que para hacer películas hay que saber hacer cine (caso de Ron Howard). Si a eso se añaden medios y un guión entretenido (que aquí consiste en la obra homónima de Dan Brown), voila, se hace la magia y tenemos servidas un par de horas de disfrute, sin secuelas. Buena nota de ello debieran tomar las miríadas de "genios" que pululan por estas latitudes pretendiendo reinventar el mundo con sus pestiños cinematográficos a golpe de subvención.
Acudan, pues, sin temor, amigos, a ver "Angeles y demonios". Y no les importe que toda la antimateria producida o por producir en un futuro previsible no sea capaz ni de hacer estallar un mosquito, que alguna licencia hay que consentirle al bueno de Dan Brown, entre tanta conspiración, códigos ocultos y demás asuntos de análogo pelaje.