La segunda entrega de Thor sube drásticamente la apuesta, si del espectáculo visual se trata. Pero en todo lo demás, el resultado queda claramente a la baja y se resume en un desmadrado despliegue pirotécnico al servicio de una historia rara y tonta que, en realidad, ni siquiera se adscribe propiamente al género de superhéroes, sino, más bien, al de espadas y brujería. El reproche, además, es mayor si se considera que el film toma impulso en personajes acuñados por el mismísimo Walter Simonson, autor de la más brillante de las sagas del cómic, la de Surtur, que no le ha contagiado ni un ápice de su trepidante y épica brillantez. A la postre, lo que mejor funciona en la película es su registro de comedia, hecho ya suficientemente esclarecedor. Y, como guinda, la secuencia final, tras los interminables títulos de crédito (marca ya de la casa de las producciones Marvel) resulta ser la peor de cuantas se han visto.
Quien pague entrada por ver las aventuras del superhéroe Thor terminará, pues, defraudado. Así que mejor acudan ustedes con la intención de presenciar un gran espectáculo de efectos especiales, más vacío, eso sí, que un huevo de pascua, y tengamos la fiesta en paz.