
El tono grave y solemne de la crítica de "Diary of the dead" requiere de un saludable contrapunto. Y, a tal efecto, nada mejor que los "Transformers".
Antes de nada, aclaremos que, pese al título, la cinta no narra las desventuras de una banda de travelos. Los "transformers" son unos robots alienígenas que, para no dar mucho el cante, han desarrollado la capacidad de camuflarse como ingenios de la vida cotidiana: automóviles, aviones y demás. De modo que, ale hop, ahora soy robot, ahora soy la Thermomix. Pero, por supuesto tambien entre los "transformers" hay clases (los buenos y los malos). Y, juntados por el azar de los circunstancias en el planeta Tierra, ocupan su mucho tiempo libre en zurrarse incansablemente la badana.
Semejante mamarrachada fue base suficiente para que en los 80 se creara el comic (de éxito verdaderamente inexplicable y origen del inevitable merchandising muñequero) que en 2.007 se llevó a la gran pantalla. El nombre del director elegido para la faena (nunca mejor dicho)erizaba los cabellos del más pintado: MIchael Bay, el infame autor de engendros como "Dos policías rebeldes", "Pearl Harbor" o la inenarrable "Armageddon" (cuya factura, puesta en relación con su presupuesto, la sitúan, sin discusión, entre los mayores bodrios cinematográficos de todos los tiempos). Y el resultado estuvo a la altura de las peores previsiones.
El guión de "Transformers" cabría en el rincón limpio de una servilleta usada de bar, pues no es más que una rápida coartada para el despliegue de efectos visuales que agotan al film y (bien pronto)a quien tiene la mala suerte de visionarlo. Efectos que, todo hay que decirlo, resultan impresionantes, pero de no excesivo mérito, dada la millonada gastada en ponerlos a punto por la productora, el ejército americano y la General Motors (estos dos con obvios fines propagandísticos). "Transformers" es, en suma, una de esos proyectos sostenidos por la idea de que los espectadores pueden apagar el cerebro consciente al entrar en la sala y reducir el funcionamiento encefálico a la respuesta a estímulos sensoriales: tortazos, explosiones, guarreridas y similares. Con tales premisas, el film puede funcionar. Pero si, por un casual, el interruptor vuelve a "on", aunque sólo sea por un instante, aténgase usted al serio riesgo de convertirse en un "transformer", mutando en una bestia enfurecida que exige el pellejo del director.
Antes de nada, aclaremos que, pese al título, la cinta no narra las desventuras de una banda de travelos. Los "transformers" son unos robots alienígenas que, para no dar mucho el cante, han desarrollado la capacidad de camuflarse como ingenios de la vida cotidiana: automóviles, aviones y demás. De modo que, ale hop, ahora soy robot, ahora soy la Thermomix. Pero, por supuesto tambien entre los "transformers" hay clases (los buenos y los malos). Y, juntados por el azar de los circunstancias en el planeta Tierra, ocupan su mucho tiempo libre en zurrarse incansablemente la badana.
Semejante mamarrachada fue base suficiente para que en los 80 se creara el comic (de éxito verdaderamente inexplicable y origen del inevitable merchandising muñequero) que en 2.007 se llevó a la gran pantalla. El nombre del director elegido para la faena (nunca mejor dicho)erizaba los cabellos del más pintado: MIchael Bay, el infame autor de engendros como "Dos policías rebeldes", "Pearl Harbor" o la inenarrable "Armageddon" (cuya factura, puesta en relación con su presupuesto, la sitúan, sin discusión, entre los mayores bodrios cinematográficos de todos los tiempos). Y el resultado estuvo a la altura de las peores previsiones.
El guión de "Transformers" cabría en el rincón limpio de una servilleta usada de bar, pues no es más que una rápida coartada para el despliegue de efectos visuales que agotan al film y (bien pronto)a quien tiene la mala suerte de visionarlo. Efectos que, todo hay que decirlo, resultan impresionantes, pero de no excesivo mérito, dada la millonada gastada en ponerlos a punto por la productora, el ejército americano y la General Motors (estos dos con obvios fines propagandísticos). "Transformers" es, en suma, una de esos proyectos sostenidos por la idea de que los espectadores pueden apagar el cerebro consciente al entrar en la sala y reducir el funcionamiento encefálico a la respuesta a estímulos sensoriales: tortazos, explosiones, guarreridas y similares. Con tales premisas, el film puede funcionar. Pero si, por un casual, el interruptor vuelve a "on", aunque sólo sea por un instante, aténgase usted al serio riesgo de convertirse en un "transformer", mutando en una bestia enfurecida que exige el pellejo del director.