Los, en general, desastrosos resultados de la adaptación de superheroes al celuloide hallan excepción en dos sagas, la de Spiderman, a cargo de Sam Raimi, y los X-Men, que si ya en sus anteriores entregas rayaban a altura no desdeñable, alcanzan en esta última el rango de film con mayúsculas. La conjugación de talento en la dirección (de la que Mathew Vaughn ya había dado sobrada muestra anterior en la soberbia Kick Ass), inteligencia en el guión y medios acordes con los fines visuales propuestos da lugar a un producto notable, que satisfará, sin duda, tanto a los viejos fans de los personajes como al cinéfilo que se acerca a la sala de proyección esperando, al margen de la temática manejada, ser tratado como una criatura pensante con sentido crítico.
Aplauso, pues, para los jóvenes X-Men y que la saga continúe más pronto que tarde.