La tentativa de continuar la exitosa franquicia Iron Man puesta en pie por Jon Favreau fracasa en la tercera entrega, tan pronto como el Director pone pies en polvorosa y pasa los bártulos a un amiguete. De las dos horas de metraje, apenas una cuarta parte se ocupan por el héroe de la armadura. El resto se rellena con las cuitas psicológicas de su alter ego, Toni Stark, que, francamente, a nadie que vaya a ver un film de superhéroes pueden interesar. En el origen del patinazo, por supuesto, además de un Director sin galones, un guión que no es oro, plata o siquiera hierro, sino hojalata barata.
Mal, pues, este tercer hombre de hierro, que termina siendo de plomo y pidiendo a gritos un bien merecido desguace.