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Déjame entrar", la última niña bonita de la crítica, es un nuevo intento de reinterpretar uno de los arquetipos clásicos del cine de terror, el vampiro. Aquí, el no-muerto es una niña (que parece clonada de "Pipi Calzaslargas"), los Cárpatos transilvanos se cambian por la helada Suecia de los años 80 y el tirón sexual del chupasangres se trasmuta en erotismo infantil con tufillo pederasta. Todo muy original. Y, encima, pasado por el estilo "europeo": medios escasos, lentitud exasperante y demás panoplia.
El resultado no es una película de terror, ni una comedia, ni un drama, ni un pájaro ni un avión: es la primera película infantil de estilo Dogma de la historia. Y, por ello, es fácil imaginar las dos reacciones que suscita el film: sopor, entre los niños, y cabreo, entre los mayores. Inhumano e interminable pestiño, en suma, a cargo de un Director que se nos pone estupendo.
La reacción de la crítica, la previsible. Elevando el engendro a los altares del séptimo arte le mandan el recadito a usted, pobre gusano, de que, por encontrarla insufrible, se halla a años luz de las cotas de sensibilidad e inteligencia de tales seres superiores. Claro que si tienes 12 años y problemas de bulling, te unirás a ellos en sus loas, esperanzado con la posibilidad de que una niña vampira se meta en pelotas en tu cama por la noche y se dedique, a la mañana siguiente, a fostiar inmisericordemente a los causantes de tu desdicha.