lunes, 5 de enero de 2009

LA OLA: MEJOR, SIN TRAMPAS


















"La ola", relato de un experimento de abducción política que convierte a unos niñatos en furiosos militantes de un movimiento de tintes neonazis, es un estimable ejercicio de reflexión en torno a los mecanismos de la alienación ideológica. Y ello pese a unos primeros quince minutos que invitan a levantarse de la butaca, luego de sufrir el retrato de la típica High School de película teen, es decir, una suerte de parvulario interactivo con el profe en papel de animador sociocultural.

El metraje ofrece momentos magníficos (como la secuencia final en el auditorio, que muestra como la alienación totalitaria se viene abajo cuando el individuo se recobra a sí mismo y se sitúa entonces ante la responsabilidad por sus actos) y algunos excelentes retratos de personajes (el marginado al que el nuevo movimiento ofrece cobijo, la ególatra manipuladora a quien sólo parece incomodar que "la ola" no esté guiada por su mano...). Y, sin embargo, sus numerosas trampas hacen de éste un film parcialmente fallido. La voluntad de la cinta de practicar pedagogía política con el espectador le hacen perder, a la postre, verosimilitud y terminan por teñirlo de un cariz resueltamente impostado. Al querer pastorear al público hacia la meta propuesta (en lugar de dejar que la desnuda narración de los hechos permita al espectador decidir), el director merma, paradójicamente, su eficacia como fábula política.

Sorprendentemente, no hay ninguna alusión en las críticas al film a una de sus posibles lecturas. En la cinta, ambientada en Alemania, se hace presente desde el comienzo la cuestión de los crímenes del nazismo y, de modo más concreto, de la exigibilidad a los alemanes de la expiación de los atroces actos de sus abuelos. Sobre el particular la película no se decanta hasta su mismo final, cuando hace recaer la entera responsabilidad de lo sucedido en el profesor que, inadvertidamente, ha prendido la mecha. Y así, al descartar cualquier atisbo de culpa en la panda de descerebrados a quienes ha bastado vestir una camisa blanca e inventar un saludo ridículo para iniciar una cruzada por el IV Reich, invita a una conclusión incómoda y peligrosa: los ciudadanos son menores de edad, incapaces, y sólo a sus líderes, cuyos actos les guían, corresponde pedir cuentas. En este punto, "La ola" hace aguas.