Para hacer cine se requiere de a) medios y b) oficio. Aplicados ambos factores, la altura del resultado depende del elemento c): talento. Así que si uno tiene medios pero carece de oficio, pues, claro, la cosa no sale, chicos. Esa es la historia de "La herencia Valdemar", bodrio morrocotudo, pero, he ahí lo lastimoso, alimentado por una generosa cantidad de recursos que, en manos de otro, hubieran dado fruto bien distinto. Y es que este delirante pastiche de Lovecraft, terror gótico y cine de zombies termina, de puro desvarío, por producir una irrefrenable risa floja ante momentos como la aparición del mismísimo Alyster Crowley hablando con acento del Barrio de Salamanca. Una dirección de actores a la altura de una función escolar de 1º de BUP pone la guinda al pastel y hace acreedor al Director de una desheredación fulgurante, que impida que ni un euro mas llegue a su bolsillo para financiar una segunda parte que se anuncia al final del metraje y se cierne sobre la raza humana como una de las mayores amenazas para su futuro inmediato.