
¿Qué idea puede llevar a una productora a confiar la dirección de la última entrega de Terminator al artífice de "Los Angeles de Charlie"? Pues una y sólo una, amigos: recaudar. Y no dice Deep que haya de condenarse tal empeño. Sólo el estar dispuesto a pagar cualquier precio en pos de él. Como, por ejemplo, destrozar toda expectativa sobre la continuidad de una mítica saga con un producto de ilimitada estulticia, cuyo guión parece haber sido escrito al tiempo que se rodaba.
Si se ponen en relación los medios utilizados con el resultado, "Terminator Salvation" es, de largo, la peor película del año, apoyada en unos intragables actores (con la cara marmórea de Christian Bale a la cabeza del engendro), un guión a la altura de una redacción escolar y una dirección más gris que un día nublado. ¿Cuál es el problema? ¿Por qué astronómicos presupuestos no alimentan películas estimulantes e inteligentes, como las dos entregas previas a cargo de James Cameron? Sencillamente, porque los proyectos que hoy se llevan a la pantalla son controlados por tipejos a quienes del cine sólo les importa lo que el sufrido feligrés deja en taquilla, ajenos a un mero atisbo de respeto o admiración por el imaginario del que se valen para sus lucrativos fines.
De "salvation", pues, nada. El producto degenerado que hoy nos ocupa debe descender directamente al infierno de los bodrios, sin parada en el Purgatorio. Y es deber de quienes tuvimos la fortuna de presenciar en la gran pantalla como James Cameron daba vida en 1.985 a uno de los iconos del cine fantástico contemporáneo, el quedarse con su imborrable recuerdo y evitar que desperdicios como éste mancillen su memoria.